Esta noche soy una chiquitita que vive en un mundo de animé.
Una neko-maid : jovencita semi humana con características de
gatita que es criada para continuar la labor de su casta de sirvientes.
Todos los demás niños y niñas saldrían a divertirse, pedir dulces
en las casas, jugar con la magia permitida o hacer travesuras bajo el riesgo
que implicaban las artes de la hechicería roja. Adolescentes y jóvenes tendrían
bailes y fiestas con disfraces que les ayudaban a encarar de mejor manera las
vergüenzas propias de sus edades al entrar en contacto con el sexo opuesto.
Hasta adultos y ancianos participarían en ceremonias de agradecimiento a los
espíritus, a sus muertos y a antiguas deidades protectoras de la armonía
universal.
(La maldad pura estaba vedada gracias a las restricciones de los
creadores del programa)
Pero yo, Nikki-Ñau estaba castigada, por lo tanto debería de
quedarme en mi uniforme cumpliendo funciones de portera de la mansión, para
atender a las demandas de golosinas que los vecinillos exigían cada
año. Todo un aburrimiento fuera de la humillación de soportar las burlas
por el collar que llevaba al cuello, el que me ataba con una cadenilla cuya
longitud me dejaba moverme solamente entre la puerta y la mesa de los caramelos
con el taburete, mi platito de leche … y la caja de arena. Si, la bacinica para
felinos. Había evitado que me ordenaran el uso de pañales con una de mis
suplicas más conmovedoras en tono de maullido. Por suerte mi traje era lo
suficientemente largo para que no se viera mi ropa interior, o algo peor,
cuando tuviera necesidad de usarla, y deseaba con todas mis ganas poder
ocultarme de quienes me harían blanco seguro de bromas por un buen tiempo. Las
primeras horas, mientras aún no se teñía de negro, el cielo fueron agradables,
las visitas se iban felices con sus abundantes recompensas y no reparaban
demasiado en las condiciones en que me encontraba. Nadie apareció por 45
minutos y empecé a creer que descansaría hasta que llegaran los patrones; cómodamente
arrullada en la alfombra lengüetee hasta la última gota de mi leche. Entonces
llegaron los bandidos mapaches con sus trucos y su algarabía risueña. Ellos
eran los culpables de la sanción que estaba sufriendo, por haber provocado mis
iras … y … ¡venían a jactarse en mi propia cara!. La sangre me hirvió.
Abrí con cara de pocos amigos, apenas dispuesta a dirigirles la
palabra lo imperiosamente necesario. No esperaba que en vez se sus estridentes
voces me recibiera una lluvia de bombas de agua. Quedé momentáneamente
paralizada, cosa que aprovecharon para atacarme por segunda vez. Me dejaron
empapada y mientras sus carcajadas atraían la atención de cualquiera que
hubiese por los alrededores, ellos inmortalizaban el momento utilizando
ilusionismo para proyectar el chapuzón a modo de nube flotante sobre nuestro
techo. Para mi fue una declaración de guerra, sentía como me sonrojaba hasta la
raíz de mis orejitas, que estilaban tanto como mi traje.
- ¡Gata mojada! ¡Gata pillada! ¡Gata encerrada! – repetían
revolcándose de risa al verme atajada por la correa que impedía que me arrojase
a arañarlos. Y se gloriaban de estar a salvo de mis garras.
Estoicamente fingí que no me importaba en absoluto el incidente,
ante sus incrédulos antifaces vacié completamente los receptáculos de pasteles
y confites en bolsas destinadas a ellos.
- Bien jugado, chicos. Se merecen premio – dije audiblemente, para
luego murmurarles – Nada más recuerden que el que ríe al final, ríe mejor…
El que blandía la varita de magia roja, responsable de la nube,
retrocedió tan rápido que se le escurrió de los dedos, y yo la agarré con mi
agilidad de minina. Arrancaron en estampida, el miedo era patente en sus
erizadas colas rayadas, y yo muy satisfecha de mi nueva adquisición entré a la
seguridad de mi hogar. Adentró me rendí a las tristes evidencias del desastre.
Ya no había ni una migaja con que obsequiar a nadie, ni siquiera para
alimentarme.
Consideré que las posibilidades de salir bien librada del asunto
se reducían debido a mis malos antecedentes de conducta. Era obvio que ninguna
mucama, y mucho menos una neko maid nacida de una dinastía de servidumbre
obediente, hubiese perdido la compostura ni las raciones de toda una noche en
tan sólo un ratito de ofuscamiento. Suspiré desalentada.
- Al menos tengo su juguete de trofeo – me quise consolar
sacudiéndolo como si con eso les atizara una paliza a los mocosos mapachoides.
Y ahí me vino la GRAN idea.
(continuará … muahahahahahaaaaaaaaaaa)
rams de M
cuxita